Otro año más es 5 de Junio y tenemos algo que celebrar: el Día Mundial del Medio Ambiente.Y he decidido que este año quería hacer un regalo a la Tierra con motivo de esta celebración, pero quería que fuese un regalo polivalente. Un regalo hecho de mucho amor para vosotros los lectores y para el planeta: recetas y reflexiones. Las recetas porque no pueden faltar porque están hechas de lo que nos da la Tierra y es lo que nos hace seguir vivos para continuar repartiendo alegría en el planeta, porque son nuestro alimento cotidiano y lo que nos va creando día a día; las reflexiones porque en estos tiempos difíciles tampoco deberían faltar nunca, son nuestro otro alimento cotidiano, son –y de aquí a poco aún más si cabe- lo que nos permitirá frenar y cambiar para bien todos los desastres ambientales que se nos avecinan y los muchos que ya están aquí, aunque aún haya muchos que pretendan negarlo o restarle importancia.
En el último año he tenido oportunidad de asistir a numerosas reuniones, cursos y conferencias sobre sostenibilidad, gestión ambiental, energías renovables, cocina solar… he aprendido muchas cosas y he reforzado conocimientos, he descubierto y afianzado la de pequeñas posibilidades que están a nuestro alcance diario y que muchos desconocemos por falta de información –o por información velada o falseada-, he visto datos que ponen los pelos de punta, he visto falta de compromiso real –social e institucional- en muchas ocasiones… Pero lo que más me ha dolido ha sido el comprobar que muchas veces, aún teniendo toda la información disponible, somos nosotros mismos los que nos negamos a llevar a cabo esos pequeños cambios en nuestra forma de vida por simple pereza o comodidad, porque nos escudamos en la falta de compromiso de los que están “arriba” para lavarnos nosotros las manos.
¿Qué mundo vamos a dejarles a nuestros hijos, nuestros nietos, nuestros seres queridos? ¿Por qué somos tan prepotentes como para creernos con derecho a destrozar y aniquilar en un par de siglos lo que durante miles de años generaciones y generaciones de seres –algunos incluso “menos evolucionados” que nosotros los homo sapiens- han sabido disfrutar y proteger al mismo tiempo? Tal vez porque hoy en día cada vez más nos preocupamos sólo en mirarnos el ombligo, en ver lo que nos viene mejor, lo que pensamos que nos afecta o no nos afecta a un nivel exclusivamente personal… Y no queremos darnos cuenta de que TODO está interrelacionado, que el residuo que hoy generamos y que no nos cuestionamos vendrá en detrimento de nuestro futuro y del futuro del planeta. Porque no queremos darnos cuenta de que es responsabilidad de todos y cada uno de nosotros el hecho de establecer y cumplir un compromiso firme para, digámoslo de una vez, “salvar el planeta”.
Sí, lo sé, es posible que alguno se esté riendo ahora ante esta expresión que nos recuerda a nuestra dialéctica de 3º de EGB, pero, curiosamente, la clave del problema está ahí: que nos tomamos a risa o vemos infantil lo que es básico, imprescindible e indispensable no ya para nuestra vida, sino para nuestra supervivencia. ¿Alguien me podría explicar que importancia tendrán los negocios importantes, las multinacionales, los intereses económicos, las super cuentas bancarias, los coches últimos modelo o los móviles última generación, los 400.000 euros que cuesta comprar un piso, nuestros trabajos o nuestras miles de preocupaciones o la Champions League el día –no muy lejano si no hacemos algo- que todo esto se vaya al garete?
Generamos alrededor de 2kg de CO2 por persona y día, 2kg de escombro por persona y día, 1kg de basura por persona y día; necesitaríamos 60 hectáreas por persona en el mundo para que nuestro estilo de vida occidental fuera sostenible y se redujera nuestra huella ecológica. Los standby de nuestras casas y lugares de trabajo generan el 2% total de las emisiones mundiales de CO2, conducir a más de 90 km/h genera un consumo de alrededor del 25% más (con las consiguientes emisiones más de CO2), el uso de bombillas incandescentes y de iluminaciones innecesarias así como el uso de electrodomésticos poco eficientes dispara los consumos eléctricos (y es más CO2 que se genera para producir toda esa electricidad de más que consumimos y no necesitaríamos), la cantidad de envoltorios superfluos e innecesarios que traen hoy casi todos los productos de primera necesidad -y que el consumidor acepta y no rechaza- junto con la cantidad ingente de bolsas de plástico con que nos encontramos al llegar a casa después de la compra, generan una cantidad alarmante de residuos que podría evitarse… Son datos alarmantes, sí, pero con nuestra voluntad y nuestra implicación aún podemos hacer que esto cambie.
Tal vez muchos de nosotros no lo veamos, pero debemos hacerlo por los que se queden. Debemos plantearnos que cada gesto de consumo y de comportamiento urbano y humano afecta, cada uno. Por eso es indispensable que nos empecemos a cuestionar nuestros actos, no para censurarnos, sino para evolucionar hacia una mayor conciencia y un mayor desarrollo que siga haciendo de este planeta un lugar habitable y sostenible. Preguntémonos: ¿Cuántas cosas de las que poseemos, de las que compramos, de las que usamos no necesitaríamos realmente? ¿Cuántos residuos podríamos evitar si usamos nuestro cerebro para pensar antes de comprar o de decidirnos entre diferentes productos? ¿Hasta que punto necesitamos ahorrarnos unos cuantos euros mensuales en nuestra cesta de la compra si eso conlleva elegir productos que generen más residuos que otros, que contaminen más por su uso o por su fabricación, y que hagan nuestra actuación menos sostenible? ¿Qué pequeños sacrificios no estaríamos dispuestos a hacer hoy para poder seguir disfrutando de nuestro planeta, nuestra fuente de vida, el día de mañana? ¿Qué más está en mi mano hacer para cambiar esta situación?
Las respuestas son dos. En mi opinión la primera es la INVOLUCIÓN DEL CONSUMO, es decir, el cuestionamiento diario sobre los efectos que produce en el medio ambiente y en el resto de la población del planeta nuestro modelo de vida (egoísta, lleno de miedos e inseguridades que generan violencia, sembrado de un feroz y en muchos casos compulsivo consumismo), cómo paliarlo, cómo ir recorriendo camino hacia una ética y ecología disciplinada y personal que nos haga establecer un compromiso con nosotros mismos y que nazca desde nuestro interior y hagamos extensible a todo lo que nos rodea, siempre desde la enseñanza –propia y ajena- y nunca desde la censura, pues sólo se puede ir construyendo -o deconstruyendo, o reconstruyendo- desde este punto exacto del presente hacia el futuro, pues de momento nos cuesta ir hacia detrás en el tiempo. Pero claro, ante esta solución hay que reconocer que no todos estamos en el mismo momento de vida y podemos no sentirnos capaces de asumir esta responsabilidad hacia nosotros mismos y nuestros actos…
Así pues tenemos una segunda respuesta pero igual de importante que es el CONSUMO RESPONSABLE: bombillas de bajo consumo; apagar los standby, el ordenador y las luces cuando no los usemos; usar carros de compra y bolsas de tela y rechazar las de plástico (o reutilizar las imprescindibles); limitar el uso del coche y usar más la bicicleta, el transporte público o caminar; rechazar los productos con sobreenvasado; comprar a granel siempre que sea posible y pedirlo en nuestras tiendas habituales; concienciar a las personas que tenemos alrededor; consumir productos de la zona para evitar las emisiones de CO2 por los desplazamientos de mercancías y a ser posible de agricultura biológica certificada –ayudamos así a no empobrecer la tierra ni el producto con los agentes químicos con que los “aderezan” y nos “aderezan” a nosotros por dentro-; informarnos y cuestionarnos de las consecuencias de nuestro modelo de vida para con el resto del mundo; informarnos y cuestionarnos las consecuencias de nuestros elevados consumos de productos animales –innecesarios en un alto porcentaje- para alimentación; reutilizar, principalmente, todo lo que sea posible y cuando no, reciclar, pero sin olvidar nunca que el mejor producto para reciclar es el que podemos evitar usar; instalar dispositivos de aire en nuestros grifos para consumir menos agua; convencernos de que nuestras decisiones, nuestros actos, nuestras opiniones y nuestra voz como ciudadanos y consumidores responsables es la que debe imperar y la que debe hacer cambiar el mercado y a los productores a acoplarse a nuestras exigencias éticas y no al revés; que podemos luchar y exigir sin dejar que se nos borre la sonrisa y desaparezcan las buenas palabras, aunque sean firmes y sin concesiones. Sé que algunas de estas cosas pueden parecer difíciles o algo extrañas en un principio pero os aseguro que son más fáciles de lo que parecen a primera “lectura” y además, como todo cambio en nuestras vidas nadie dice que sea fácil, hay que pensar y acostumbrarse a los nuevos hábitos, pero si es en beneficio nuestro y de nuestros seres más queridos yo creo que sobran más razones.
Y lo más importante es no olvidar nunca que cualquier momento es bueno para comenzar, que los grandes cambios empiezan por lo más cercano y que la ecología empieza por uno mismo. Os deseo unas felices, sabrosas y sostenibles fiestas y todo lo mejor en esta constante aventura y en este nuevo año que comienza.
Podéis encontrar mucha información interesante en la publicación “The ecologist” (edición para España y Latinoamérica) y en las siguientes webs:
www.terra.org (Fundación Terra), www.greenpeace.es (Greenpeace), www.consumehastamorir.com (Ecologistas en acción), www.mundosolidario.net (Mundo solidario, comercio justo), www.agua-dulce.org (Información sobre consumo responsable de agua), www.idae.es/consejos (IDAE, Instituto para la Diversificación del Ahorro Energético), www.tierra.org (Amigos de la Tierra), www.intermonoxfam.org (Intermón Oxfam), www.wwf.es (WWF/Adena), www.redcicla.com (Información general sobre reciclaje), www.appa.es (Asociación de productores de energía renovables)